Tal vez influenciados por una mentalidad tradicional hay empresarios, o emprendedores que están ante su primer proyecto, que consideran que la planificación fiscal no está hecha para ellos sino para empresas que tienen un volumen de negocio más que notable, es decir, que creen que solo tiene interés para las grandes empresas que son quienes pueden ahorrar de manera significativa en cuestiones fiscales.

Si consideramos a la planificación fiscal, de manera correcta, como una inversión nos daremos cuenta de que tiene gran utilidad en cualquier empresa o proyecto, pues se adaptará a la realidad de cada una de ellas, y en proporción al tamaño de su negocio conseguiría reducir la carga fiscal que tienen que soportar esas empresas.

No hay que olvidar que las alternativas que tiene cualquier empresa, y que son la tarea de la planificación fiscal, las marca la propia legislación tributaria, esto quiere decir que estamos considerando alternativas que no se salen de la legalidad, y que, como consecuencia, es deseable aprovechar.

Por lo tanto, la planificación fiscal ofrece a cualquier empresa la ventaja de la anticipación a lo que en parte va a ser inevitable, el pago de impuestos, pero que no va a tener que realizarse de la misma manera, ni en la misma cuantía, pues se pueden tomar decisiones que permitan que las empresas soporten una menor carga impositiva, o que el pago de los impuestos se retrasen a un momento que resulte más cómodo para ellas.

¿Entonces en qué momento hay que comenzar con la planificación fiscal?

No hay mejor momento que antes de que se forme la sociedad porque nos adelantamos por completo a una situación que podemos diseñar para que sea lo más favorable. La formación de una sociedad puede hacerse siguiendo unos criterios para que consigamos que el pago de impuestos sea el menor posible.

Además de elegir la estructura societaria que resulte más favorable, en los inicios de cualquier proyecto empresarial es deseable realizar una planificación de los costes que va a tener la actividad y de la que va a ser su repercusión fiscal. Durante el funcionamiento de la sociedad también nos va a interesar la liquidez, pues la falta de la misma puede conducir a situaciones de elevado riesgo, incluso en empresas muy rentables. Podemos planificar el pago de impuestos de manera fraccionada ajustándose temporalmente, de la mejor manera, a las posibilidades de pago de las empresas.

También nos podemos encontrar con grupos de sociedades que necesitan un reajuste y reorganización de la estructura del grupo, que consiga minimizar la carga impositiva.

Otro caso en el que la planificación fiscal puede ser de gran ayuda para las empresas es cuando comienzan con la actividad exportadora pues, por ejemplo, se puede postergar la carga tributaria mediante el uso de zonas francas hasta que la operación se haya, efectivamente, completado.

Por lo tanto, en el inicio de cualquier actividad empresarial se puede hacer uso de la planificación fiscal para beneficiarse de un menor pago de impuestos, que también podríamos entender como un incremento de los beneficios. Con este enfoque, cualquier momento sería acertado para empezar a tener más beneficios.